Nació en Juli, provincia de Chucuito, departamento de Puno-Perú en 1960. Poeta y Abogado. Actual Decano de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Políticas de la UNA-Puno. Publicó libros en poesía: “A través del ojo de un hueso” (1987), “Tránsito de Amautas” (1990), “Alba del Pez” (1992), “Tiempo del Cernícalo” (2002), “Gamaliel y el oráculo del agua” (2010) y “Máscaras en el aire”. “Candelaria: Fe y fuego”, en su tercera reedición (2016). Obtuvo el Premio COPÉ de Oro en el año 2009. Realizaron estudios sobre su poesía Wilson Sucari, Guissela Gonzales, Andrea Echevarría en “Despertar de los Awquis”, y Mauro Mamani en “Poéticas Andinas”. Forma parte del grupo “Pluralidades”, que se aboca al estudio de la interculturalidad en Perú y pertenece a la RED de Festivales de Poesía en Latinoamérica.
A. LOS SEBOS DE LLAMA (*).
I.– Titikaka, concibe con yema tierna para llegar al sol.
El oro que aniquile a la muerte
vendrá de más de cinco mil metros de altura
sobre el nivel del mar
con la salamandra que habita en el fuego
que vive en el fuego y se nutre de fuego
quemando sin consumir,
vendrá a prender el fogón en la entraña del Lago
y dará su primer hervor al núcleo geométrico
desde la leña de la naturaleza.
La luna derramará el esperma en este suelo calcáreo
con esa luz simiente, coagulada y divinizada
trocará las orillas supuradas en barro morado
donde se fundirán fosfatos y metales
ante los ojos del pez naciente
imantándose en larvas de agua para una nueva vida.
Con harto pabilo de lana de oveja
el pueblo untará sebo de llama vespertina
para encender el fuego milagroso al amanecer
en la cuadratura de la pampa
para el nacimiento anunciado.
Cerca a un ojo de agua no contaminada
los cóndores llorarán.
Para ver el perfil de la sombra del agua
en impotente espejismo.
Con el frío macizo, con el frío gameto
de piedras tatuadas por el rocío
prenderán candela en la quilla del sebo
para que arda la suerte noches y días enteros
y así venerar al agua fértil
ante el calentamiento de la tierra.
II.– Titikaka, dibuja el rostro con yema tierna para
llegar al sol
Todavía quedará la clara miótica
en mi lecho acunado
por el cual volveré a mis raíces
hasta mi próxima muerte.
Con el agua primera que vio Tales de Mileto
y los Apus del Altiplano
con su agua secreta que es la sustancia
que da vida
en lo más alto de su misterio.
Nací, ofrendando las honras para las almas
y así evitar un tormento eterno.
Ahora está corriendo
otra vez la serpiente dorada que salió de la sal
entre las punas y urbes repta sigilosa
alrededor de un rito de hombres con
plumas gigantes y con cabeza de llamo.
La aguas guardan nuestros sueños
no tienen otro lenguaje que su propia
inocencia.
Desde entonces los insectos silban
en la orilla
para no despertar las aguas crecientes
elevándose sobre la noche.
Soy el origen que regresa
con el saltamontes que brinca en los apriscos
persiguiendo a las mariposas antiquísimas
y a los escarabajos por las cumbres
donde enterraron a los muertos.
Ese escarabajo de la edad terciaria soy yo.
Hay una cruz extendida en la pampa
hay otra flotando en las aguas del Lago.
Allí tengo mi cuerpo disperso y plural
que busca salir a una nueva luz.
La Pachamama gira su matriz áurea
con su poder repristinador
en el anfibio Suche que no se inmuta.
Vengo de los extramuros de los siglos
donde el callar se oye y el saber no se ignora.
Con la tardanza de nuestros orgullos.
Para eso tenemos nuestras casas
con el barro mezclado con alimentos
para tener resistencia los muros y los espíritus.
Las frías horas arden y queman helando
una fe surcada en una culpa
que busca retirar el velo de una buena vez
de la quintaesencia de luz con el cigoto cósmico.
(*) Tomado del poemario Gamaliel y el oráculo de agua (2010), con el cual alcanzó el galardón nacional Premio COPE de Oro (2009).
ENTRE EL IZAÑO Y LA TARDE JULEÑA (*)
En memoria de: María Asunción Galindo y Daniel Espezúa Velazco.
Aquí, en medio de éstas pajas silbantes se rompe la sal, frente al lago Wiñaymarka, donde los perros negros hablan con los celajes de Lupakas y Jesuitas,
yazgo al lado del Colibrí herido para ahuyentar la muerte que respira en la nuca y en los ojos de la memoria discurre su llanto por las goteras del corazón.
Hay un pájaro dormido en los hombros de aquellos ancestros sin sombras, que nunca perdieron sus nombres y tampoco tuvieron mañanas, sólo ángeles caídos, solo brumas recordadas en frías fogatas en junio, cuando florece la rosa negra.
Aquí, en medio de los siete centros de la tierra, llegas con el agua que está detrás de la noche, con tu ojo grávido de misterios a tu pueblo de Kusillos, para echar una lágrima de cianuro y una mueca para el desconsuelo.
Llegas a la tercera mitad de tú latido entre las piedras indóciles y tu conciencia cartesiana que baja a la punta de los dedos del pie,
da tres chasquidos en cruz para arriba y tres chasquidos a la Pachamama para abajo, que hacen el trinomio vertical de la respiración.
La noche se esconde en el ala del silencio y el relámpago cae al centro de la sombra. Al anochecer aparecen las Luciérnagas y en el camino hacen una objeción al tiempo y al espacio.
Zumban y alumbran y desaparecen los segundos y el entorno que te cuadricula. Las flores se cierran y el fuego se guarda. Ese fuego partido tiene una mitad de frío.
Nadie siente sin el otro cuando se desdobla la realidad en tus manos. Nadie cruza sólo los hemisferios lógicos y los ilógicos sin hacer una apacheta en la sonrisa.
Para unir los contrarios, para polarizar lo cohesionado y hacer aleatorio lo único.
Encarnado de espíritu, descreído de belleza, desnudas las verdades en semi verdades, para que las paradojas se estacionen en la certeza.
Ahora sí puedes arrojar tu dolor diverso. Y arrancar de tus raíces la danza que orea en tu piel y tus huesos para endemoniarte en el vacío.
Ahora tus ojos se descubren, como ayer para mañana ser de aire, para vigilar invisible las espigas, el descarne de los resentimientos el desgaste de los sentimientos.
Tocas los sikuris sin su canto, chajchas la coca sin su llucta y camino a Chinchanalave aprisionas el instante en tus ojos para oír tu sangre y morder tu respiro.
Verticalmente, refulge el paisaje para recordarte que eres un fin en ti mismo, que tu dignidad no es una estatua, que tu lloro llora y tu rezo reza y el huevo de tu genitud sostiene la esfera de tu existencia circular.
Y que pluralmente, resuene el brillo de tus tejidos, con caitos de ensueños, colores fecundos de surcos y de solsticios. Soy en ésta roca firme.
Hijo de los cantones y sus escalofríos, ahijado del tormento de la Chinchilla, colindante de los verdes truenos que como látigos electrizados persiguen a las primeras lluvias de agosto.
Soy la media luna en este lago lapislázuli, donde vibra los ajayus de diciembre, y tiemblan los ojos rojos con coágulos de tanto mirarte, de tanto sentirte, Juli, tierra de tarka y de tayacha.
Frótate con sangre reseca de Lagartija, las fisuras de tu historia, las honduras de tu grandeza. Álzate San Bartolomé frente a los malos designios, al costado de Huaylluni y del Sapacollo.
Sáca de allí tu suerte enterrada y atiza las espinas que dolientes la cuidaban para la fiesta de exaltación, para la fiesta de resurrección.
Celebra los buenos sembríos visionados donde la naranja lanzada en el Orkofiesta y las flechas cruzadas para esquivar las sequias, aún hacen llagas en el aire.
Ahora, te das la vuelta. Levantas siete hojas de coca challadas con gotas de vino negro, levantas un Escarabajo que delira y una kantuta que suspira,
y muerdes una vez más el izaño para despedir la tarde que te ha traído y que hoy te lleva con la brunaluz del equinoccio de setiembre.
Glosario:
Izaño: Oca amarilla.
Ajayu: Espíritu o alma Challa: Rito andino.
Tayacha [thayacha]: Izaño congelado.
Chajchar [chakchar]: Mascar coca.
Llucta [llujt’a]: Ceniza de tallo de quinua.
(*) Poema inédito.
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