Por. Walter Paz Quispe Santos
Cuando ingresé al pequeño patio de la Escuela Superior de Formación Artística de Puno el primero que me recibió con una alargada sonrisa y los brazos abiertos fue Jaime Flores Quispe. Después de una breve bienvenida me llevó a conocer su muy visitado taller que quedaba en el tercer piso. El invierno era crudo y yo buscaba un poco de sol para calentarme y encontramos precisamente cuando ingresamos a ese lugar de la creación plástica de donde salían sus mejores cuadros. Después de calentarme un poco por el sol que ingresaba por todas las ventanas me dediqué a mirar todos los cuadros que estaban colgados en todas las paredes del taller y tenían relación con el mundo aimara, su cosmología, los atuendos de distintas facetas de la vida cotidiana, el paisaje siempre entremezclado con el Lago Titicaca y sobre todo me llamó la atención la gran filosofía andina expresada en la reciprocidad, complementariedad, relacionalidad y correspondencia. Jaime Flores es un artista dedicado al óleo con un estilo muy propio y marcado en el manejo del color, que creo firmemente es producto de una gran reflexión sobre la composición y el manejo de las tonalidades. Este rasgo distintivo lo hace muy original porque cuando el espectador mira sus trabajos cree que están pintados con colores recolectados de la madre tierra. Hay Chullunis de Iscata, Santa Rosa y Socca muy bien armonizados al biotipo aimara con sus iconos bordados, o personajes que tienen que ver con la producción agropecuaria de los aimaras. Claro está vestimentas impuestas por los españoles en la colonia. Lo que nos hace pensar que Jaime Flores es un artista que maneja extraordinariamente el discurso de la descripción, y cuando sus personajes interactúan dándole dinamismo a la pintura hay facetas narrativas extraordinarias para ser degustados e interpretados por los espectadores.
El artista aimara Jaime Flores encuentra su identidad en la isla de Iscata donde también ha instalado otro taller de pintura donde los fines de semana se encierran con otros artistas y escritores para conversar sobre el arte. El taller de Iscata es paradisiaco y altamente aleccionador, en especial para artistas jóvenes que han encontrado excelentes motivaciones para darle continuidad al arte puneño. De sus ventanas uno aprecia sorprendido viejos vestigios de las culturas Purus y Puquinas tales como las llamadas “Kiras” que sirven para encerrar el ganado y las “Musiñas” de totora son pequeños refugios que sirven para descansar en las noches y desde allí vigilar los bienes de la casa del hurto de los ladrones, y las ovejas del olfato de los zorros.
Hay en la pintura aimara de Jaime Flores una manera muy diferente de representar ese mundo de quimeras y fantasías aimaras consustanciadas de leyendas rurales y mágicas; a unos pasos de Iscata uno puede apreciar un gran complejo inca denominado Qenqo que en realidad fue un gran campo de juego y diversión de los incas. Y cuando uno se sube a una de las balsas de Iscata puede ingresar a las profundidades del lago Titicaca y mirar al frente todos los dominios de los Tiahuanacos en medio del rojo predominante de sus cerros que también son muy bien representados en los cuadros que pinta Jaime Flores en suma la pintura de Jaime es un continuum del gran paisaje altiplánico de la zona lago.
Jaime Flores me cuenta que le faltan pocos años, casi nada para dejar la Escuela Superior de Formación Artística de Puno. Sus aportes al arte andino y puneño son invalorables porque representan la mirada de un aimara sobre su propia realidad con sus gentes, sus vivencias, alegrías y tristezas. No es la pintura indigenista de los pintores de antaño, sino un arte aimara pensado en aimara.
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